Limón exprimido, por Pep Marín

Limón exprimido

Resulta evidente que las personas que copan las primeras filas del panorama político español no toman en ayunas agua con limón exprimido. No sé cómo se las apañan pero siempre tienen una. Una disputa, una controversia, un punto de vista totalmente opuesto al contrincante político. Ahora, Israel y Palestina. Ayer, la amnistía. Antes de ayer, el salario mínimo o la inflación. Mañana, la jura de bandera en Cieza.

El otro día conversando con mi amigo Santiago de Blanca, en la ciudad de Murcia y que viene casi todos los días a Cieza a esparcir conocimiento y sabiduría, me decía lo importante que es el jugo de limón para ayudar al aparato digestivo a que drene bien espejismos y subjetividades que colonizan nuestros intestinos, entre otros órganos, y que, posteriormente, o casi al unísono, si no se limpian provocan daños en el cerebro y enfermedades a lo largo y ancho de nuestro cuerpo. Se está haciendo mucho daño al limón porque es barato o era, no lo sé, un daño terrible, añadió.

La gente no se equivoca cuando dice: “Estoy pensando con el hígado, Matilde, perdóname”. Pues no es lo mismo pensar con un órgano u otro. Además, hay órganos en nuestro cuerpo muy mentirosos. La vesícula biliar, por ejemplo. La vesícula es capaz de darle la vuelta a la tortilla y decir que la cigarra es la que se hincha a trabajar en verano y que la hormiga es una oportunista especuladora, estafadora y ladrona con lo pequeña que es. Son los/as vesiculosos/as pensantes una parte muy importante en política, elegidas a dedo por los órganos de control de los partidos políticos por ese don de conectarse al pensamiento biliar y decir, por ejemplo, que no hay un bache en una de las calles de Cieza que da a Juan XXIII cuando lo que hay es casi un cráter. A mí, a veces, me dice mi propia rótula que dependemos demasiado del Estado y que no somos ciudadanos autónomos y de acción liberal de libertad libertaria antisistema. Que somos ciudadanos que esperan con la boca abierta a que venga la cucharada de potito de pollo y que por qué no compro yo mismo cuatro o cinco sacos de cemento y arreglo el bache. Todo esto a las siete de la mañana y de noche después de caer otra vez en el cráter cuando ya caí ayer y no me acordaba. Pero luego llega el pensamiento pancreático, con la cantidad de jugos que pasan por ahí, recordándome que pagué el permiso de circulación de mi vehículo. Esto me genera una controversia importante, mucho capitalismo y mucha libertad de acción pero el seguro del coche es obligatorio, pagar impuestos es una cosa bondadosa como sociedad que se ayuda entre sí en ese monumental reparto de la riqueza que haría llorar al mismísimo Ghandi, pero ¿y el bache quién lo arregla? Momento que coincide con que me estoy defecando otra vez pero no hay tiempo de volver a casa, y en el trabajo nunca hago aguas mayores, así que sigo, y cómo sigo. Seguramente habrá sido el calambre al ver la bici al salir de casa y tanta naturaleza por abrazar. ¿Cómo hemos llegado a esta mierda desde el hombre primitivo hacia acá?

Micrófonos abiertos, que han jugado malas pasadas a personajes de personajes de personajes y de más personajes que visten la actuación diaria de la persona que vemos en la tele o escuchamos en la radio, dicen: “Madre mía que declaración acabo de hacer, he pensado con el ano, Esteban”. Y lo sabemos y sentimos, como aquellas declaraciones que se piensan desde  las gónadas. Las gónadas son muy utilizadas para pensar sobre temas constitucionales y emitir declaraciones al respecto, por no hablar de España y el pensamiento genital externo. Al final, el cerebro es lo que menos se usa, quizá por miedo a que nos diga que digamos algo que va en contra de la postura oficial del aparato del partido, y además coincida con lo dicho por los adversarios políticos. Nos meteríamos en un lío morrocotudo si además se descubre que los/as de enfrente utilizaron los riñones para emitir esa declaración que coincide con la realizada con el cerebro. No creo que ocurra, ya te lo dejan bien claro desde muchos sectores institucionales de entrenamiento pensador de órganos del cuerpo humano: “El único cerebro que existe es el que da nombre a aquel chupito de finales de los 80”.

Otra de las cuestiones que se debaten dentro,  entre órganos, cuando quizá estamos dormidos o en duermevela o desconectados del mundanal ruido, es el tema de la ignorancia. Peleas intestinas entre las bondades de la ignorancia para sobrevivir como más “a mi rollete” y evitar así problemas en nuestro devenir diario, asquerosamente rutinario, salvo que te inventes a conciencia que no estás en la oficina, sino en Madagascar sacando brillo a conchas de mar milenarias.

También se discute la ignorancia de la versión única. Abre la boca: “La subida del salario mínimo interprofesional va a destruir miles y miles de puestos de trabajo”. Cierra la boca. Nada, tienes un poco roja la garganta. Haz gárgaras de tomillo y romero. Puedes seguir votando a tu partido de siempre.

Y la parte contraria, más de linfocitos, que piensa en acabar con la ignorancia en sí misma y como versión única.

El problema no es la ignorancia como tal, la ignorancia, dice algún que otro órgano no contaminado por abrasador sinsentido de la irreflexión, no es el problema; el problema es la pereza, la anorexia energética para levantarte y adquirir conocimientos sobre un tema de actualidad que ignoras o ignoramos profundamente, por ejemplo, pero no de un sólo bando de opiniones o un bando de expertos, sino de todos, y crearte tú mismo un estado de opinión que convenza a tus órganos que parecen independentistas.

Lo suyo sería, ante las barbaridades que estamos viendo entre israelitas y palestinos, utilizadas como arma política arrojadiza en nuestra política nacional, que, reconocido con el órgano con el que está pensando el político de turno, hasta arriba de alcachofas de prensa, pudiéramos decir: “Deje usted de pensar con la pleura, ya sabemos que la pleura es una calculadora de votos, piense usted, si es que puede, con el corazón y cuéntenos a los ciudadanos la historia entre palestinos e israelitas, su visión de esa historia. Explíquese, esparza conocimiento.

Puede ser un pequeño paso para el hombre y la mujer, pero un gran paso para la humanidad.

¿Me pone un vasito de limón con agua?

Allá por 1900…

Apaga la tele, lee y piensa.

(Dedicado a mi amigo Lee).